DEMOCRACIA Y LEGITIMIDAD
M. en C. MARÍA AZUCENA MEZA GÓMEZ
El presente ensayo tiene el propósito de exponer algunas consideraciones actuales por las que México pasa, tomando en cuenta las debilidades y fortalezas de nuestra democracia. De manera muy general puedo coincidir con la opinión de muchos con referencia a la consolidación de nuestro gobierno como más democrático, de instituciones cada vez más sólidas. Pero que decir, si el transitar de una democracia débil a una fuerte, coexisten fuerzas sociales que abanderando causas democráticas utilizan los métodos más peligrosos para conseguir sus fines, creando solo un panorama de inestabilidad y de incertidumbre, simplemente una amenaza latente para la democracia.
Cuánto es capaz de resistir la democracia mexicana, si de un momento a otro surgen liderazgos que pueden trasladarnos fácilmente a choques sociales, enfrentamientos entre sociedad-Estado, sembrando el encono y ánimos de ingobernabilidad. Es un hecho que para ir ganando terreno a futuros líderes oportunistas, tenemos que dirigir nuestras expectativas en dos vertientes, primero que nuestras instituciones se consoliden y resistan los embates del oportunismo de algunos líderes, para hacer valerse ante la sociedad con mayor credibilidad. Segundo, que los ciudadanos elevemos nuestra cultura política, teniendo más ingerencia en la toma de decisiones del Estado mediante las organizaciones no gubernamentales y que aumente nuestra participación política de manera más organizada. En esta medida, podemos decir que México esta transitando con una verdadera ideología democrática.
Las elecciones históricas del 2006, fue una dura prueba para nuestro sistema democrático que busca consolidarse, si bien, podemos decir que, se afirmó el “contenido mínimo de la democracia” (Norberto Bobbio), pero también, aún sobreviven algunas amenazas de llegar a la ingobernabilidad, de negar las reglas del juego, de no respetarlas. El tener resultados tan cerrados y al no contar con una segunda vuelta, fue muy significativo, lo que obliga al gobierno entrante a buscar medidas para legitimarse con acciones que complazcan los ánimos y deseos de la mayor parte de la ciudadanía. Sin embargo, considero que los esfuerzos no debieran quedar ahí nada más, pues son medidas del gobierno que pudiéramos calificarlas con propósitos de perpetuarse en el poder, “electoreras” y no ser las auténticas reformas que el Estado necesita y que sí irían más allá para garantizar la estabilidad política del país.
La legitimad es el ingrediente de cualquier gobierno para sobrellevar sus acciones y mantenerse en el poder. En este sentido, Maquiavelo refiere que “la legitimidad se basa, en principio, en la fuerza; pero también es necesario que el príncipe no solo sea odiado sino que cuente con el afecto de la gente, y que se encuentre sometido a la ley”. Sobre esta definición, me parece interesante destacar la última parte, que cuente con el afecto de la gente y que se encuentre sometido a la ley, porque en la definición que nos ofrece no solo se refiere a la legitimidad sino que al mismo tiempo, habla del sometimiento a la ley, es decir, de la legalidad. Condición sine qua non pudiera permanecer el Estado como tal. Por lo que hace de la legalidad, el mejor cauce para proteger la soberanía popular.
Tanto la legalidad como la legitimidad, no puede existir la una sin la otra, si a democracia nos referimos. Por lo que, resulta congruente decir, que, como expone Norberto Bobbio, en su obra “El futuro de la Democracia”: “En las democracias lo importante son las reglas del juego, y cuyo respeto constituye el fundamento de legitimidad”. Con estas palabras del pensador italiano, seguramente fuera un crítico del polémico político, López Obrador, excandidato presidencial 2006, quien al adoptar una postura un tanto incongruente declarándose o más bien autonombrándose “el presidente legítimo”, ha pasado por alto las reglas del juego, es decir, ha pasado por alto una condición mínima de la democracia según Bobbio.
Sin duda, los mexicanos tenemos mucho que aprender de la historia, saber identificar cuándo estamos ante un movimiento social real, que luche por causas que verdaderamente se justifiquen, para evitar caer en trampas electoreras. De lo contrario, el hacer un uso excesivo de los movimientos sociales, fácilmente nos pueden llevar al otro extremo de la gobernabilidad democrática, cayendo en lo absurdo, en el rechazo a las instituciones hasta llegar a una crisis.
Estoy totalmente de acuerdo con Norberto Bobbio quien prefiere hablar de “transformaciones” más que de crisis, cuando habla del futuro de la democracia, sin embargo, no debemos perder de vista la existencia latente que embarga al sistema político mexicano de los peligros originados por los “movimientos sociales”, que hacen sentir las acciones de gobierno como si éstas fueran provocaciones. No todos los movimientos representan un interés general. Las mas de las veces, son respaldadas por un “poder invisible” que espera el momento para poder acceder a mayores privilegios.
México se distingue de los demás países por el largo dominio del poder político de un solo partido, el PRI, la genuina hegemonía ejercida durante más 70 años, hace de nuestra democracia un sistema joven, que tiene bastante que aprender de los valores democráticos. México, en su transitar hacia la democracia, tiene que fortalecerse en muchos aspectos, en lo legal, cultural, económico, social, etc., en suma, la construcción de una democracia fuerte, sólida, que no permita que entren los ánimos de la incertidumbre, será posible en la medida en que se avance en los rubros como educación, justicia, estabilidad financiera entre otras no menos importantes, que contribuyen desde luego a elevar la calidad de vida del ciudadano, en esta medida, estaremos fortaleciendo la democracia. No así en una sociedad donde se sufre de marginación y donde haya descontento social.
La democracia subsiste en tanto sea un modelo adecuado para responder a las expectativas del gobernado. Como un sistema de gobierno que logra mantener su credibilidad debido a que es eficaz para responder a las demandas del ciudadano, de otro modo, seguramente estaríamos abrazando otro sistema. Recordándonos un poco que esto es posible, debido al “contrato social” como bien establecía Rousseau.
Refiriéndonos entre otras cosas a la legitimidad, el autor Seymour Martin Lipset, decía en torno a ello, que, “para que haya estabilidad en la democracia, debían haber ciertos requisitos sociales, como es el desarrollo económico y legitimidad política”, sin duda, la aceptación de la democracia y por ende, su estabilidad, está ligado al desarrollo económico.
De igual forma no podemos omitir en la función legitimadora del sistema político a los partidos políticos, que son los mediadores entre la sociedad y Estado. Sin embargo, mucho se ha discutido de lo desfasado del rol que juegan los partidos políticos en cuanto a mediadores entre el gobierno y la sociedad. En este sentido, empieza a generarse un fenómeno de participación política desde otras trincheras, las ONG, siendo la sociedad civil que de manera organizada retoma las demandas sociales, constituyendo en la mayoría de los casos “grupos de presión” logrando sus objetivos políticos o sociales. Pablo Oñate, comenta al respecto, que “… los partidos son instituciones sin los que no puede entenderse los sistemas modernos democráticos. Por lo que pese al “fantasma” de la crisis anunciada por muchos, estudios rigurosos nos permiten sostener que es preferible la teoría de la transformación y adaptación partidista a las nuevas circunstancias”. En efecto, si queremos avanzar tenemos que ir adecuando el sistema a las nuevas demandas, como medida para sobrellevar y resistir los embates que la modernidad y la globalización causan a cualquier régimen de gobierno.
Finalmente no podemos negar que México pese a los acontecimientos políticos y sociales, esta avanzando poco a poco, con fortalezas y debilidades democráticas. El camino está dado para que se fortalezca el poder político mediante los cauces institucionales, que seria la demanda principal para que permanezca el modelo democrático. Las instituciones como pilares de la democracia, son las mejores armas para derrotar cualquier posible sistema no democrático que amenace con instaurarse. Incluso me atrevo a decir que hasta los gobiernos autoritarios utilizan el término democrático como una medida para legitimar su actuar ante el mundo.
Quiero además, poner en claro las grandes amenazas que se ciernen sobre nuestro sistema democrático en tanto nuestra sociedad siga desprovista de mayor educación y toda una gama de valores que hagan al ciudadano más resistente a las falsas ofertas de líderes, sin escrúpulos, que no vacilarían en perpetuarnos en la violencia como tal para lograr sus objetivos.